El nombre bosque de Hayues, en realidad diría que no hace mérito al lugar. Yo lo llamaría muchas cosas pero no bosque, y Hayues, no tengo la menor idea quien fue lector. Como te imaginarás me dejé atrapar por las dulces palabras del agonizanante Faures que, ni aún con más de quince puñaladas encima, quitó una sardónica risa de sus labios. Si aquello era un trampa y me esperaban, para que perder el tiempo, de igual modo si quieren saber donde encontrame... ¿O acaso aquel viejo de cabellos grises no me encontró?
Bien entrada la noche llegué a Hayues. Silencioso, y con mi fiel cuchillo en la diestra, comencé a adentrarme en aquella tétrica formación de altos y viejos árboles. Sólo el sonido de mis casi imperceptibles pasos demostró evidencia de vida en el lugar. Ni mamíferos, ni aves, nada, tal vez... sólo depredadores; pero yo sólo advertía uno: Roman Dalembert.
Cuando la primera claridad del crepúsculo asomaba temerosa por el este, lo ví. Resfregué mis ojos, temeroso de que estuviese soñando o fuese una alucinación.. pero nada de eso era.
Allí en el bosque de Hayues, antes de largarme a correr aterrado como un loco, supe que mis ojos no metían. Supe que todo lo que había hipotetizado en mis años de investigación era verdad. Por primera vez, aunque no por última sospeché, había visto al ángel que habita la tierra, al portador de la argeva: Asmodeo, el que hace perecer.
P.D: Ya en la seguridad y el "calor" de los féretros que guardan todo lo que fue mi felicidad y mis sueños, me pregunté si yo no me estaba convirtiendo en una especie de Asmodeo. ¿Acaso lector, yo no hago perecer?
Roman Dalembert